Desde España: El cemento de lo diverso
Javier Couso Permuy
Uno
de los mayores pecados de la izquierda real, a mi juicio, es la
imposibilidad de gestionar el disenso o la discrepancia, ese fenómeno
asociado a la acción humana que, de hecho, constituye un poderoso
factor para evitar el acomodo y además permite, en los diferentes
ámbitos de la vida, la evolución.
Todas
y cada unas de las corrientes políticas de la izquierda en general,
con casi ninguna excepción, tienden a construir un discurso
homogéneo que muchas veces se convierte en dogma u ortodoxia
inamovible. A la vez, en la gestión del poder, se tiende al
tribalismo o a la familia como elemento de pertenencia que condiciona
todas las acciones dentro de una organización.
Las
gentes de izquierda aspiramos a transformar la sociedad y pensamos
que nuestras propuestas tendrán la capacidad, al menos, de mejorar
la vida humana, convertida hoy en día en un mero producto más
dentro del mercado global del capitalismo.
Pero
es curioso, y sobre todo desmoralizador, que no apliquemos nuestra
forma de sociedad en los espacios de militancia. Burocracia,
autoritarismo, doble moral, mesianismo, … son algunos de los
grandes pecados que cometemos a diario a pesar de la teórica
intención de contrición eternamente renovada.
Hoy
en día, y en medio de cambios vertiginosos, el respeto a la sana
discrepancia brilla por su ausencia en el espectro amplio de la
nebulosa que conforma la izquierda. Y no constituye un problema
menor, pues conduce a la parálisis o a la transformación de
elementos vivos en sectas que persiguen la heterodoxia como una
herejía a la que se debe combatir de manera inquisitorial.
Es
cierto que el disenso, para ser sano y constructivo, debe tratar de
construir un debate enriquecedor, plural e incluyente. Estar al
servicio de la organización, colectivo, sindicato o partido y nunca
ser la excusa que esconda la búsqueda de la ruptura.
Dejando
aparte actitudes que buscan el enfrentamiento o la imposición, que
nuestro ámbito de lucha no sea capaz de tolerar e integrar los
pensamientos que chocan con las asumidas, inconscientemente o no,
líneas oficiales de la mayoría, convierten toda teoría
emancipadora en una realidad opresiva que en ningún caso, si llegase
a ser hegemónica, traería el mejoramiento humano.
Tenemos
muchos ejemplos en la historia de la imposición férrea de líneas
dogmáticas, casi nunca elegidas a través de una verdadera
democracia interna, y que han llevado a terribles y dolorosas
perversiones donde, bajo una retórica de libertad de pensamiento, se
aplastaba todo pensamiento diferente a la línea oficial.
Estos
tics que contradicen cualquier pensamiento racional y que nos
retrotraen a la forma en que se cohesionan las sectas, a parte de
convertir organizaciones que deberían estar vivas en entes
fosilizados, son la causa de la actual atomización de la izquierda.
Ideas
cerradas, inmovilistas, que descansan sobre dogmas inmutables,
construyen formas de pensamiento en torno a una verdad superior que
los demás no tienen, convirtiendo el exterior en amenaza equivocada
y el interior en un castillo protegido por murallas de cohesión
dogmática.
Parece
que dé miedo escuchar lo diferente, poner en cuestión nuestras
verdades, revisar el argumentario oficial. Preferimos estigmatizar
directamente. Al enemigo no se le escucha, se le vence. No se le
respeta, se le ataca. No vaya a ser que nos convenza y nos saque de
nuestra torre de marfil, de la seguridad del no pensar.
Sé
de lo que hablo, no es un ejercicio de teorización sobre cuestiones
desconocidas. Abracé, y aún abrazo algunas veces, esta forma de
relación sectaria. Es como una armadura que te alinéa con los
elegidos y te permite caminar entre la minoría, soportando una
sociedad que no marcha por donde querrías.
Pero
sé que es el camino equivocado, que nos hace más pequeños.
Nos
encontramos en medio del triunfo del pensamiento neoliberal, asumido
como hegemónico por una parte importante de la población.
Trabajadoras y trabajadores que asumen el discurso de los mismos que
los esclavizan. Es la vieja asunción de la autoridad clara y precisa
frente a la minoría que además de ser minoría, lo es porque se
fragmenta en base a cualquier diferencia.
Si
queremos crecer, pero además crecer con garantías de crear algo que
valga la pena y que dé espacio a las diferentes sensibilidades,
tendremos que desterrar esas prácticas que se han asentado en el
alma de la izquierda.
Generosidad
con nuestra gente. Apertura al disenso constructivo. Respeto a la
diferencia de planteamientos.
El
cemento de lo diverso construye cimientos de bella y poderosa unidad
de acción. (Publicado en Hablando
república)
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